El rocoto relleno es uno de los platos más emblemáticos y apreciados de la gastronomía arequipeña. A primera vista, su apariencia colorida y provocativa puede engañar: parece un simple pimiento, pero se trata del rocoto, un ají picante con carácter fuerte y alma andina que ha sido domesticado con maestría por las manos sabias de las cocineras tradicionales. Este platillo no solo es una delicia para el paladar, sino también una expresión cultural cargada de historia. Su preparación requiere paciencia y técnica: los rocotos se limpian cuidadosamente, se les quitan las semillas —sin eliminar del todo su picante característico— y se cocinan en agua con vinagre o sal para suavizar su intensidad. Luego se rellenan con una mezcla jugosa y sabrosa de carne picada, cebolla, maní, aceitunas, pasas y especias, creando un contraste exquisito entre lo picante del rocoto y lo dulce-salado del relleno. Pero el secreto no termina ahí. El toque final es el baño de queso fundido que cubre el rocoto antes de llevarlo al horno, acompañado por una porción de pastel de papa, que equilibra y complementa el plato con su suavidad y textura cremosa. El rocoto relleno no es solo comida: es una experiencia. Cada bocado cuenta una historia de raíces profundas, de ingredientes quechuas y mestizos, de cocinas de picantería donde el fuego no solo cocina, sino que también transmite pasión y herencia. Probar un rocoto relleno en Arequipa es más que una cita con la buena mesa; es rendir homenaje a una ciudad que ha sabido preservar su identidad a través del sabor. Pocos platos pueden decir tanto de un pueblo como lo hace este ícono gastronómico que despierta los sentidos y el alma.